Tiempo de cuidar la “despensa interior”

 La interioridad no es el lugar donde yo me retiro por propia decisión,
sino que es darme cuenta de que yo estoy dentro de Alguien”. 
Cristina Kaufman 

La pandemia que estamos viviendo ha impactado en todos los ámbitos de nuestra vida, incluso en la dimensión espiritual. Necesitamos “escuchar la pandemia”, para saber qué le está diciendo a nuestra vida de fe. Sin esta escucha interior, no podremos saber qué impacto tiene todo lo que vivimos en nuestra dimensión espiritual, donde suelen esconderse profundas dimensiones de lo humano. 
Todas las precariedades sociales que se han ido visibilizando este tiempo, afectan también a nuestra vida de fe. No es un tiempo fácil para creer. De alguna manera se trata de “estar sin Dios frente a Dios” (Bonhoffer). 
La pandemia nos ha obligado a ponernos delante de nuestra propia existencia, llevándonos a solas con nosotros mismos. Hace poco una teóloga española se preguntaba ¿qué nos queda en la vida cuando perdemos todo lo que teníamos? 
Esta profunda pregunta, puede ser una buena ocasión para revisar los recursos espirituales que tiene nuestra vida. Se trata de revisar cómo está la “despensa interior”. Para Cristina Kaufman, carmelita nacida en Suiza, radicada gran parte de su vida en Cataluña y fallecida en el 2006, la interioridad es dinámica y al mismo tiempo consubstancial a la existencia. Para ella, toda persona tiene la hermosa tarea de descubrir su propia interioridad, descifrarla, conocerla y amarla, para finalmente “vivir desde ella”.
¿No será este tiempo un espacio propicio para entrar en estos planos más hondos de nuestra vida? Quizás la pausa obligada que nos regala este tiempo, nos permite revisar cómo está nuestro mundo interior y los recursos espirituales de nuestra vida, que se ponen a prueba en un tiempo de estas características.

Una de las preguntas más frecuentes de este tiempo, ha sido la de las personas o servicios considerados “esenciales”. Durante varios meses utilizamos esta expresión para comprender y clasificar la realidad social, al punto que se nos hizo muy familiar esta palabra. Quizás sería interesante llevar esta pregunta a la perspectiva del evangelio, ¿quiénes son los esenciales a los ojos de Dios? ¿Quiénes son los esenciales desde el proyecto del Reino? Y en un plano espiritual preguntarnos ¿qué es lo esencial de nuestra fe?
Quedan pocas cosas cuando conectamos la vida con lo verdaderamente esencial. Y ese esencial en nuestra vida de fe, nos lleva una vez más a la persona de Jesús, quien vivió para curar y aliviar la vida, y para recordarnos que la condición humana es falible. Jesús es el alguien de nuestra interioridad. Nuestras soledades y fracasos pueden encontrar en él, sentido y descanso. Toda su vida fue enfrentarse a sus propias soledades y fracasos, para acompañar desde ahí las soledades y fracasos de otros más vulnerables. 


Desde la persona de Jesús, constatamos que la espiritualidad es una invitación a abrazar lo frágil del mundo, incluida la nuestra. 
El volver a la persona de Jesús, nos puede ayudar para reconocer que el evangelio no sólo es la revelación del rostro del Dios compasivo, sino que es la revelación de lo que verdaderamente significa ser hombre y mujer. En lo vulnerable emerge lo más profundamente humano. Por esta razón el gran mandato evangélico es el alivio del sufrimiento, el acompañar soledades y cuidar vulnerabilidades.
Volvemos a la pregunta. ¿Qué le queda a nuestra vida cuando perdemos todo lo que teníamos? Para Julia Kristeva, psicoanalista francesa, lo esencial es la recuperación de lo profundamente humano. Y esta tarea es para creyentes y no creyentes. En este sentido, lo esencial es cuidar lo humano, con compasión y ternura, sabiendo que no hay fronteras entre los que sufren. Si miramos nuestra realidad social y nuestra propia vida, podemos reconocer que lo esencial es que somos seres heridos y vulnerables. Esa fragilidad está en el inicio y el final de la vida.
En este tiempo pascual, podemos contemplar cómo el resucitado no tiene miedo a mostrar sus heridas. Desde ellas rearmará la comunidad y nos recordará que lo más íntimo de lo humano es “la herida esencial” que nos constituye.
Después de todo lo que hemos vivido, ya no podemos hacer nada solos. La Iglesia y la sociedad necesitan comunidades y ciudadanías activas, organizadas y comprometidas. Probablemente los mesianismos individuales no encuentren lugar, porque es el tiempo de la comunidad. La pandemia nos ha regalado mayor conciencia de pertenencia y capacidad de vinculación. Ya no nos podemos entender solos, ni como personas ni como países. Tampoco como creyentes, ya que todo paso en la vida de fe siempre es junto a otro/a. Somos enviados “de dos en dos…” (Cf. Lc 10, 1).
La resurrección nos lleva a vencer los miedos para volver a cantar juntos el ¡Aleluya! Y este canto es la expresión de que la vida necesita de ese “unos a otros” (alélous). En el libro que recoge el camino de su vida, Ronaldo Muñoz, reflexiona a partir de esta preposición griega “alélous”, que significa unos a otros. “Ámense unos a otros, lávense los pies unos a otros, sírvanse unos a otros, lleven la carga unos a otros, lloren con los que lloran, alégrense con los que se alegran. Esta reciprocidad igualitariaque es propia de la hermandad cristiana y que es la gran obsesión de Jesús, es inseparable de la experiencia del Dios que nos ama como padre y madre, y que está atento a nosotros para sanarnos, para levantarnos, para corregirnos con cariño” (Ronaldo Muñoz).

Nuestra interioridad y los recursos espirituales de nuestra vida, se han puesto a prueba en este difícil tiempo. No podemos descuidar nuestra “despensa interior”, a pesar que nuestra vida esté llena de miedos. Quizás nos pueda ayudar a recordar nuestra infancia. Cuando éramos niños o niñas y teníamos miedo, llamábamos a alguien. La sola presencia de otro, nos aquietaba. ¿A quién llamamos ahora? ¿no podríamos llamar a Dios en medio de nuestras noches? Los miedos se curan con compañía, y la sola presencia de otro nos repara.
 
Cuidar la interioridad nos muestra que finalmente la fe se trata de confiar en la incondicionalidad del amor, que nos envuelve en todo momento y situación. La fe es la confianza en el Dios que sostiene la historia, la confianza en que el amor no se pierde y que el encuentro con el rostro del otro, salva y repara nuestra vida. 


Comentarios