El vigilante de sueños

Me acabo de enterar de la muerte de don Sergio. Fue el guardia de nuestro barrio por más de 30 años. He visto como su cuerpo, acompañado de su familia y amigos, pasaba por las calles de mi niñez. Debiera haber estado ahí para levantar una flor y para agradecer a Dios por su vida. 

Justamente hace pocos días volví a caminar esas calles y esos pasajes después de muchos años, para encontrarme a mí mismo en esos nuevos niños, con los juegos de siempre. La esquina de ese barrio aguarda y esconde para siempre su vida, y la de sus eternos amigos, hijos y compañeros de trabajo. 

Aunque toda su vida fue una lucha, estos últimos años se enfrentó al cáncer, esa enfermedad que lentamente como gotera nos va recordando la fragilidad de la vida humana. Me imagino que sus últimos respiros fueron acompañados de sus familiares y amigos. 

Su rostro lleno de dignidad y profunda mirada se ha quedado en mí para siempre. 

Don Sergio cuidó durante muchos años nuestro barrio, caminó cientos de veces nuestras veredas y acompañó con paciencia el crecimiento de los niños y niñas, que se apoderaban de esos pasajes de interminables juegos. Yo fui uno de ellos que lentamente tuve que ir dejando la pelota desinflada y la bicicleta para tomar las riendas de la vida, para comenzar la difícil tarea de ser hombre. ¿A quién se le habrá ocurrido esto de la adultez? Don Sergio fue testigo de esa primera muerte de nuestra vida, que es la de la infancia. 

En todos estos años y en todas esas muertes solo los árboles permanecieron junto a él en un silencio sagrado. 

Su vida era una puerta abierta para quien quisiera entrar. Yo tuve la suspicacia de entrar a su caseta para escuchar sus viejas historias de vigilante, para preguntar por los momentos arriesgados de su pasado como carabinero, título que exhibía con orgullo. Así don Sergio me fue abriendo las puertas de su caseta, de su vida, de sus cansancios y sus sueños. Después de algunos meses también me abrió las puertas de su familia (su gran tesoro), de su población y su barrio. 

Gracias don Sergio por tu presencia silenciosa en nuestras calles durante tantos años. Gracias, porque la palabra fidelidad y esfuerzo encuentran en ti un lugar para descansar. Gracias por cuidar no solo de nuestras familias, sino de nuestra infancia, llena de sueños y esperanzas. El verdadero vigilante nocturno es el que resguarda en medio de la noche, la tenue luz de la niñez. 

Será imposible volver a caminar esas calles sin recordarte. Seguiré andando en este camino de la vida cuidado por ti, sabiendo que la muerte es palabra penúltima y que aún nos queda el abrazo eterno, en ese reino del Padre, que hoy me lo imagino como un juego de niño sin tiempo, como un pasaje interminable de amigos, pelota y bicicletas. Tu serás el gran vigilante de esa infancia eterna que algún día esperamos recuperar. Hasta siempre don Sergio. Gracias por ser el vigilante de nuestra infancia y nuestros sueños.

Comentarios