La noche de la esperanza

Nada tiene que ver el dolor con el dolor.
Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación.
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas.
No hay nombres en la zona muda
(Enrique Lihn, Diario de muerte)


Hace algunas semanas reflexionábamos como la recuperación del horizonte de la muerte, producto de la pandemia que estamos viviendo y padeciendo, puede ayudarnos a despertar esa conciencia personalista e individual de nuestra vida. Recuperar el horizonte de la muerte siempre trae consigo la pregunta por el otro. Esto que parece tan obvio, lo teníamos olvidado. Por algo la filosofía de nuestro tiempo, a través de pensadoras como Judith Blutter, se pregunta: “¿cuándo y cómo se convirtió en algo posible imaginar la propia vida por separado? ¿Cuáles fueron las condiciones le dieron vida a esa forma de imaginar?[1]

Y quizás también este horizonte del morir, que ha reaparecido con más fuerza, sea el escenario propicio para preguntarnos por el lugar y sentido que tiene para nosotros la palabra Dios, en estos momentos de nuestra vida. La pregunta por Dios siempre nos conduce a indagar el sentido y trascendencia de nuestro propio camino. Sabemos que frente a la muerte, la fe no ahorra el dolor ni el sufrimiento y tampoco apaga todos los miedos, pero al menos nos permite abrir paso a la posibilidad de un amor, que está más allá de nuestra ausencia y partida. “¡Oh muerte!, tú que a todos nos dominas, ahora tú estás sometida sobre las alas que yo he conquistado en los ardorosos anhelos del amor”. 

No hay duda que la posibilidad del morir, propia o ajena, convive en nosotros con múltiple temores. Para algunos ese temor tendría que ver con el miedo a perder el control de la propia vida, por sobre el temor a la muerte misma. De alguna manera hay una intuición básica de que el mundo material no puede ser todo lo que exista, en el sentido que “la gran mayoría de las personas tienen un convencimiento invencible de que no pueden morir, en el sentido de desaparecer en la nada[2]”. 

Hay muchas formas de situarse ante la muerte. Hace muchos años me impacto profundamente la preparación para la muerte de un hermano de los Sagrados Corazones en España. Debido a que su cáncer estaba muy avanzado, decidió hacer una misa final con toda su parroquia. Al final de la misma le dijo a su gente: “les pido que no recen para que me recupere, simplemente les pido que recen para que no pierda la fe”. Mirar la muerte con fe nos permite reconocer que Dios está sosteniendo la fragilidad de nuestra vida. En este sentido, el signo que Dios estaba en Jesús, en el momento de su dolor en la cruz es la resurrección. 

Tampoco se puede vivir pensando en la muerte futura sin atender el presente. El jesuita Javier Melloni, hace pocos días en una charla de la experiencia de Dios en el confinamiento, insistía en que a pesar de la incertidumbre no podemos vivir tan obsesionados por un mañana que no conocemos. “Dios está presente en lo que estamos viviendo y haciendo ahora. Entrégate plenamente a la posibilidad que ahora tienes de transformar tu vida. ¿Y si la muerte no existe? ¿Y si esa muerte es un segundo nacimiento?”. No hay dudas que cambia nuestro presente, según si consideramos que la muerte es el termino o comienzo de todo. 

La experiencia de Dios de nuestro hermano Esteban Gumucio ss.cc, frente al final de la vida posee una bella hondura. Esteban palpó la muerte desde muy niño, con la partida de su madre en medio de una experiencia de exilio. Esta temprana experiencia le permitió madurar la convicción de que el sentido de la vida no es el morir sino el vivir. Ya en su vejez y frente a la inmanencia de la muerte, y dentro de temores y oscuridades muy grandes, reconoció que el morir suponía un camino de amor a la vida y un abandono en Dios. Esteban se da cuenta que “la única preparación para la muerte es la vida”, es decir, aprovechar el gozo y la belleza de cada momento, por sencillo y cotidiano que sea. Su preparación consistió en reconocer que todo es “gratitud e iniciativa de Aquél que es fuente misteriosa e infinita de toda vida”. 

Una reacción normal y muy humana frente a la cercanía de la muerte es la negación y la resistencia. La experiencia de Getsemaní, que cada uno de nosotros experimentará, como ese lugar de las encrucijadas vitales, donde nos preguntaremos si todo lo que hemos vivido ha valido realmente la pena. En Getsemaní pedimos que se aparte el cáliz amargo del morir (Cf. Lc 22, 42). El mismo Esteban vivió esa etapa de resistencia. En alguno de sus versos podemos escuchar: “Aún no me llames Dios, espera... Resiste un poco de tiempo contigo, tal vez un cuarto silencioso, un sendero, un rincón tranquilo, y calla, amigo, aún no me llames, Dios[3]”. La muerte siempre parece llegar en un momento inoportuno: “No, todavía no; espera, muerte, que aún estoy por compartir mi pan; déjame tiempos profundos y discretos[4]”.

Si bien la cercanía a la muerte lo dejó en muchos momentos en un estado de máxima indefensión humana, ésta no fue impedimento para hacer un camino de confianza y abandono que le permitiera expresar en sus últimos momentos, “me siento absolutamente pobre de todo y eso es una bienaventuranza: no soy dueño de nada, todo te pertenece. No puedo estar en mejores manos[5]”.

La muerte es parte del viaje de nuestra vida. Ya la vamos atisbando en distintas experiencias de muerte cotidiana, que sutilmente van haciendo a la muerte una compañera de camino. La presencia de ese horizonte escondido y la familiaridad de la muerte en nuestro día a día, supone muchas veces una experiencia de “noche espiritual”. Para Esteban Gumucio ss.cc hay dos maneras de mirar la noche, “una es como acabamiento del día, como oscuridad, como muerte, como sueño que desconecta de la vida; la otra es como el tiempo de la preparación, la oscuridad del vientre materno que está preparando el nacimiento”. Que este tiempo donde se devela la pequeñez y fragilidad de la existencia humana, nos permita confiar en el Dios que sostiene todos los momentos de nuestra vida. Esa apertura nos ayudará a dejar atrás las noches de muerte, para abrir paso a la noche de la vida y la esperanza. 


[1] J. Blutter, Charla: What makes for a Livable life, Festival Aleph 2020, UNAM (https://www.youtube.com/watch?v=4qhh0SAcqtc). 


[3] E. Gumucio, Poemas, Aún no me llames Dios, Fundación Coudrin, Santiago, 2005. 

[4] E. Gumucio, Poemas, El Viejo, Fundación Coudrin, Santiago, 2005. 

[5] Cf. E. Gumucio, Cartas a Jesús, Cap. VI, Oración en la perspectiva de la muerte próxima, 3 Ed., Fundación Coudrin, Santiago, 2014.

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