Pensar la eucaristía en tiempos de pandemia: “Hagan esto en memoria mía”

La situación que estamos viviendo producto de la pandemia nos tiene la mayor parte del tiempo, confinados. Si bien estamos en un momento de mucha incertidumbre familiar y personal, tenemos que reconocer que este tiempo puede ser aprovechado como una gran pausa en nuestra vida, que nos permite revisar algunos aspectos fundamentales de la misma. Una cosa es importante: ojalá que nuestras pausas sean creativas y activas. 
No deja de ser interesante tener en cuenta que Jesús buscó muchas veces una pausa solitaria para recoger interiormente y revisar todo lo que iba viviendo. El evangelio nos dice que Jesús “con frecuencia se retiraba a lugares solitarios y oraba” (Cf. Lc 5, 16). Las pausas en su vida tuvieron una función muy importante en la medida que fueron espacios para redescubrir el sentido de su vida y su misión. 

Quizás nos viene bien esta pausa para ahondar en el sentido de algunos elementos esenciales de nuestra vida de fe. En esta ocasión me quiero detener en la experiencia de la eucaristía, pensando especialmente en aquéllas personas que ni siquiera la han echado de menos en este tiempo de cuarentena. De alguna manera esta distancia e indiferencia nos abre la puerta para tomar conciencia sobre el sentido que esta celebración tiene en nuestra vida. ¿No es esta una oportunidad para retomar al sentido más profundo de esta celebración que hemos ido reduciendo a un simple rito vacío?

Hace muchas semanas que no celebramos en condiciones normales. Para algunos la eucaristía simplemente desapareció del horizonte sin mayor ruido y para otros es una necesidad difícil de reemplazar. Algunos se las han arreglado siguiendo algunas celebraciones Online, dentro de un catálogo cada vez más amplio y diverso. Esto último ha generado cierta polémica y discusión desde grupos más conservadores que reclaman a sus obispos que les “devuelvan la misa”, en contraste con otros grupos de Iglesia, que ven en esas celebraciones virtuales un acto de clericalismo y centralismo ritualista en la figura del cura. Cada uno tendrá sus razones y la fe nos regala la libertad para estar en una u otra postura. 

Más allá de esa discusión, tengo la impresión que lo más importante para este tiempo de pausa está en la capacidad que tengamos de reflexionar y recuperar para cada uno de nosotros el sentido más profundo de la eucaristía, entendida como la “memoria de Jesús” o la “cena del Señor”. Y creo que esta recuperación del sentido la tenemos que hacer juntos, es decir, tanto los que tenemos un rol de animación en ella, como los que simplemente participan. 

Recuperar el sentido comunitario. En un primer aspecto, podemos sostener que la celebración de la “Cena del Señor” tiene que ser ese momento de la semana donde nos encontramos como comunidad y tomamos conciencia que nuestra fe supone el abrazar una utopía compartida. Este hacernos y sentirnos cuerpo comunitario es el primer sentido de esta celebración. En esta línea podemos sostener que una misa Online la podemos mirar o seguir, pero no celebrar como comunidad. Quizás podemos encontrar más sentido comunitario en la misa de 3 o 4 personas que en esa celebración por Facebook con miles de reproducciones. No importa el número tanto como la calidad del encuentro comunitario, porque “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (cf. Mt 18, 20). Lo fundamental es que no hay misa sin pueblo de Dios

Recuperar la fuerza y sentido que nos regala. En un segundo momento, la celebración de la “cena del Señor” es el momento de la semana en que nuestra vida se llena de fuerza y sentido para seguir adelante con sus compromisos. Ella nos regala el poder confirmar que esto de asumir el evangelio como opción fundamental vale la pena, a pesar de los desánimos que provoca las contradicciones de nuestra propia vida o los escasos frutos de nuestra siembra. También esta celebración es un refugio ante los cansancios, golpes y sufrimientos de la vida; como la pérdida del trabajo, la pobreza, la enfermedad y la experiencia de la muerte. A veces se nos olvida que recibir la comunión nunca es un “premio para los perfectos sino un remedio para los débiles” (Cf. Papa Francisco) o que comulgar nunca es un asunto de dignidad o perfección moral sino un alivio para los que no pueden con los pesos de la vida. 

Recuperar la centralidad en la fracción del pan y la vida que se entrega. Hay que tener presente que la “cena del Señor” nunca puede ser el cumplimiento de un rito, sino el memorial de una presencia viva. En este sentido el centro está en el hacer memoria del amor jugado de Jesús por toda la humanidad, con especial predilección por los pobres, sufrientes y marginados. No basta participar en ella “para sentirnos bien con Dios”, sino que se trata de que ese amor arriesgado de Jesús vaya encontrando forma en nuestra vida. Justamente es la memoria actualizante de ese amor la que está invitada a ser “fuente y culmen de nuestra vida cristiana” (cf. Concilio Vaticano II, LG 11). 

En cada celebración de la eucaristía recordamos las palabras de Jesús en la última cena: “hagan esto en memoria mía” (cf. Lc 22,19). En la última cena no se nos pide celebrar misas o ritos, sino realizar lo mismo que hizo Jesús, es decir, entregar nuestra vida para generar vida en los demás. El centro de ese gesto que recordamos no está en celebrar ritos sino en el gastar la vida para que otros tengan vida. Por eso la misa y la adoración (pensando en nuestra espiritualidad Sagrados Corazones) pierden su sentido cuando se desconectan de la fracción del pan como signo de la vida que se gasta por amor.

La verdadera celebración de la “cena del Señor” es la que va convirtiendo nuestra vida en eucaristía, en pan partido que se parte, para que el mundo tenga vida. El sentido esencial no está en el rito piadoso que hacemos muchas veces por obligación (en esas misas de matrimonio o misas de curso cuando le toca a nuestros hijos) sino en que esa experiencia que va haciendo de nuestra vida un camino comunitario, una celebración humana y una entrega sin límites, aún en sus momentos de mayor fragilidad. 

Recuperar su sentido dentro de una lógica amplia de discipulado. Por último, hay que tener presente que la experiencia del seguimiento de Jesús no puede quedar reducida al rito o al espacio de culto. Hay que reconocer que lo de Dios muchas veces está aconteciendo afuera del templo y del rito. Esto quedó muy claro en Jesús cuando reconocía más fe en los supuestos “infieles e impuros”, que en los que asistían a los ritos celebrativos de los sacerdotes. La verdadera comunión con Cristo se vive con especial densidad en la eucaristía, pero también se vive con mucha fuerza en el encuentro con la Palabra que siempre invita a nuestra vida a confiar y comprometerse un poco más. Y por sobre todo está presente en el encuentro con los sufrientes, en los cuales podemos abrazar al mismo Cristo (Mt 25, 31-46). Un obispo argentino le respondió a un grupo de católicos que le exigieron “devolver la misa” que la pandemia les había quitado de la siguiente manera: “adorar el cuerpo de Cristo y no comprometerse eficazmente con la vida del hermano, no es cristiano”.

Tenemos que aprovechar este tiempo de pausa para recuperar el sentido de la “cena del Señor” de manera activa y creativa. No podemos quedarnos esperando en la casa que nos avisen de la próxima misa. Este es un tiempo para ensayar y para darle curso real a esa hermosa invitación, de vivir en este tiempo la Iglesia doméstica. Tenemos que animarnos a hacer celebraciones comunitarias en nuestras familias, donde el centro esté en el encuentro con la Palabra, en el discernir desde ella la realidad que vivimos y en la fracción del pan. Solo así iremos recuperando el sentido que se nos había esfumado y de paso vamos abandonando ese estilo de fe que solo se preocupa por el cumplimiento de lo ritual. 

Nuestra fe también volverá a su “nueva normalidad”. Depende de nosotros si volvemos a las mismas celebraciones de siempre que no dejan mucho o volvemos a un tipo de celebración que va siendo configurante de nuestra vida en todas sus dimensiones, haciendo memoria de ese pan partido que estamos llamados a actualizar en nuestra vida, para que dándonos, nuestra vida sea de verdad una buena nueva para los pobres y afligidos.

Comentarios

  1. Muchas Gracias Nicolás por tus acertadas e inspiradas reflexiones. Y sobretodo porque no condenas posturas diversas, sino que iluminas el Gran Misterio de la Eucaristía. Personalmente he redescubierto en los últimos 7 años la dimensión sacrificial de la Eucaristía o Misa (por vivir en lugar tan alejado y muchas veces celebrando solo la Misa), sin obviar los elementos que nos presentas en tus palabras. Y claro que me animas a continuar ahondando en esta bendita Memoria del Señor Jesús. Gracias!!!

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