"Cuidar": La vulnerabilidad como lugar de encuentro

Cuidar, relato de una aventura (Margarita Saldaña)

La experiencia de enfermar, envejecer y morir acompaña a toda existencia humana. En nuestra cultura se esconde a los vulnerables, frágiles y la muerte queda aislada de la vida cotidiana y reducida a la clandestinidad. Esto sucede a tal punto, que a quien se encuentra cerca de ella, se le tranquiliza “como si no pasara nada”. 

La experiencia narrada en Cuidar busca visibilizar la humanidad oculta de esta etapa final de la vida. Sus sencillas y profundas páginas que van narrando el encuentro de Margarita con Andrea, nos van desentrañando la belleza de la fragilidad humana. En medio de un mundo que dificulta cada vez más el verdadero encuentro humano, estas páginas hablan del encuentro entre dos vulnerabilidades. 

La vulnerabilidad y la fragilidad son inmanentes a toda vida humana y están presentes en todo momento, al punto que el ejercicio de la compasión nunca suprime la totalidad de la soledad y el vacío que posee toda existencia. Con razón su autora puede sostener “vulnerables, en realidad, somos todos, porque nuestra fuerza y nuestras capacidades no impiden que llevemos dentro al mismo tiempo una carga personal de debilidad y vacíos”. 

Esta valiosa narración nos confronta con la realidad del final de la vida, donde el debilitamiento de la persona en todas sus dimensiones, es una experiencia difícil de integrar. La disminución de las facultades físicas e intelectuales provoca angustia e incertidumbre, lo que se acrecienta en una cultura marcada por la eficiencia e inmediatez.

Cuidar se acerca con realismo y esperanza a esa dimensión tan dolorosa y compleja de la vida humana. Nuestra tendencia siempre será la de resistirnos a la fragilidad, por tanto, tomar conciencia de ella nos recuerda quiénes somos y nos sitúa frente a la paradoja del existir donde coexiste el dolor y el agradecimiento. 

El libro se estructura en cuatro tiempos vitales y espirituales de la condición humana: el tiempo fugitivo, roto, suspendido y transfigurado. A lo largo de cada uno de ellos la autora se va adentrando en las diversas implicancias y significaciones de lo que entendemos por “cuidar”, que siempre supone acercarse con enorme respeto “al templo de la fragilidad” de toda vida humana. Ese respeto incluye el cuidado de su cuerpo como lugar de memoria e historia. Su autora nos dice: “el cuerpo es el lugar del amor y la ternura, de la violencia, del dolor, de la fecundidad, del miedo y la esperanza. Somos nuestro cuerpo, lo habitamos, nos expresamos a través de él y gracias a él nos relacionamos con el mundo”. 

El libro sienta las bases para construir una cultura del cuidado que va mucho más allá de un simple ocuparse del débil. Cuidar supone un encuentro donde el rostro del otro irrumpe expresando sus necesidades, sentimientos, temores y angustias. Cuidar es relacionarse respetando la autonomía y dignidad de quien tenemos al frente. 

A partir de su experiencia con Andrea, la autora nos va ayudando a comprender que el cuidado pasa por sostener a la persona cuando sufre miedo y angustia en esta etapa de su vida, aceptando e integrando la realidad que vive. Se trata de “ayudar a que la persona, por muy disminuida que aparezca, pueda percibir el decantado positivo de su vida y partir con el sentimiento de que su paso por el mundo ha tenido sentido”. 

La experiencia del aprender a cuidar que ha vivido Margarita nos muestra cómo la fragilidad, bien acompañada, puede ser puerta para la comunión y la esperanza, la cual nos permite vencer el miedo y la desesperación. Una fragilidad bien acompañada no maquilla la realidad, sino que va colocando sutilmente cada uno de sus momentos en el lugar que le corresponde. 

El relato que se nos ofrece en Cuidar tiene un trasfondo de temas espirituales y filosóficos muy interesantes. Desde una perspectiva de la filosofía de la alteridad, el relato es una reflexión sobre el encuentro con el rostro del otro, como lugar donde se expresa todo el misterio de lo humano, con ese rostro abatido por la enfermedad y la posibilidad de la muerte. Ese encuentro tiene enormes implicancias éticas para nuestra vida.

Desde una perspectiva espiritual, la narración expresa cómo el encuentro de dos vulnerabilidades, está sostenido por la experiencia de Dios que se ha encarnado en lo pequeño y frágil para abrazar y acompañar amorosamente desde abajo todo lo humano. Esto plantea una exigencia de fondo: si la encarnación de Dios en Jesús es una búsqueda incesante de esa “debilidad que somos”, por tanto, será en medio de ella donde el cristianismo encuentra su sentido más profundo. 

Estas páginas están de principio a fin inspiradas por la espiritualidad de Carlos de Foucauld. En ellas descubrimos cómo la rutina y la pequeñez son el lugar privilegiado para tener la experiencia del Dios de Jesús. El relato ofrece una nueva perspectiva de la eficacia de lo oculto, de la fecundidad de lo aparentemente inútil y en definitiva del misterio de Nazaret, que su autora ha profundizado desde diversas perspectivas en sus otras publicaciones (Rutina habitada, Sal Terrae, 2014; Tierra de Dios, Sal Terrae, 2019). 

Siendo este un libro sensible frente a la vulnerabilidad humana, no idealiza el cuidar, sino que lo presenta con toda su exigencia y realismo. El realismo no le quita alegría y esperanza al relato, y menos empobrece la fuerte convicción que el final de la vida no es un proceso de muerte, sino un proceso de vida que tiene sentido vivirlo acompañado, lo que contrasta con la realidad actual, en que la vida humana suele terminar en medio de la soledad de hospitales o centros especializados. 

La experiencia de Margarita es un verdadero ejercicio de contemplación amorosa del final de la vida de Andrea. La humanidad y el agudo sentido de Dios del relato nos invitan a reafirmar que somos “seres para la vida”, y que podemos encender una luz de esperanza en aquel lugar y momento donde solo la ausencia y el vacío parecen estar presentes.

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