Coronavirus: tiempo de incertidumbre, de dolor y nuevos comienzos

“Y nosotros hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama.
Dios es amor.
El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”
(1 Juan 4:16)

Este último tiempo ha sido muy cambiante en lo social, político y económico para nuestro país. Ahora nos toca enfrentar la pandemia que trae el coronavirus. Es el tiempo de la salud pública. Tengo la impresión que lo que estamos viviendo no es un paréntesis que viene y se va, sino que es un momento de nuestra historia que modifica el mundo y como lo hemos vivido hasta ahora, de una manera profunda y sustancial. La pregunta que tenemos que hacernos no es cómo ni cuándo vamos a volver a “la normalidad”, sino cómo somos capaces de construir esta “nueva normalidad”. Este es el comienzo de una nueva forma de organizar nuestras vidas y una nueva manera de entender la realidad social, la familia, el trabajo, la educación. Lo que está pasando en estos días no es un hecho transitorio o una alteración del estado de ánimo colectivo, sino un acontecimiento que marca un antes y un después en nuestras vidas. No sabemos los plazos ni los tiempos de esta nueva realidad que estamos viviendo.
En toda esta crisis hay un hecho muy doloroso. Los países que infravaloraron el virus o lo trataron de un modo superficial, hoy están viviendo una situación dramática. Una amiga religiosa que vive en Francia solicitó a las autoridades un permiso para poder transitar en la ciudad, y así estar en algunos hospitales acompañando a los que mueren por el coronavirus, ya que no pueden estar acompañados por familiares o amigos por riesgo de contagio. Todos los que están muriendo por este virus lo están haciendo en la soledad más absoluta. Tampoco hay autorización para celebrar ningún tipo de funeral o rito de despedida. Esta es solo una arista de esta inmensa tragedia. 
A pesar del dolor e incertidumbre que estamos viviendo, hay que reconocer que toda crisis regala oportunidades. El desafío está en poder detectarlas y aprovecharlas. Sin agotar toda la reflexión, comparto algunas que comienzo a vislumbrar. 
Vivir una fe de manera más adulta y responsable. Cuando sucede algo que nos remueve y sacude interiormente como una pérdida o una enfermedad, hace falta fiarse de algo. Para quienes somos creyentes, sería un contrasentido y una irresponsabilidad decir que no tenemos que cuidarnos porque “Dios nos cuida”. En este contexto sería un absurdo para los creyentes no fiarse de la medicina, de las recomendaciones de los profesionales o de las autoridades responsables. No nos olvidemos que la fe y la razón siempre van unidas. Una fe sin razón nos llevaría a considerar a Dios como una especie de mago y de eso estamos lejos (no cuidarse por tener confianza en Dios, es igual de infantil que pedirle a Dios que me vaya bien en la prueba sin haber estudiado una página). Dirigirse sencillamente a Dios sin atender las indicaciones de la comunidad, puede tener efectos devastadores que hoy ni siquiera podemos imaginar. Tenemos que poner de nuestra parte, ya que Dios no es algo distinto de la realidad. 
La dignidad de la vida humana es más importante que el sistema económico. No se trata de relativizar los efectos económicos que esta gran crisis tiene y tendrá, a medida que pasen las semanas, pero quizás hoy día por primera vez en mucho tiempo, la vida humana está por encima del sistema económico. Por fin nuestra primera mirada como sociedad está en la vida humana y su dignidad, en especial la vida de los más vulnerables por sobre el sistema económico, el crecimiento y la eficacia de nuestros mercados. De alguna manera “el coronavirus es un rechazo frontal al modo en que hemos organizado las relaciones económicas y productivas durante estos dos siglos”. 
Recuperar el verdadero sentido de la libertad y nuestra mirada al otro. Desde una cultura individualista siempre hemos asociado la libertad con la autonomía. Pero desde una perspectiva de fe la libertad debe estar vinculada al bien común: “Somos libres-para-el-otro”. Si algo nos regala este tiempo es la posibilidad de tomar conciencia que nuestra libertad no es individual sino colectiva. Siempre nuestras decisiones individuales han tenido un impacto en el todo social, pero ahora más que nunca podemos tomar conciencia de lo que esto supone. Se trata por primera vez de ampliar nuestra mirada hacia esos otros más frágiles y vulnerables, y reconocer que sus vidas están por sobre mis causas o intereses. 
Recuperar la ética y la conciencia del bien común. No hay que olvidar que las crisis sociales siempre traen consigo crisis éticas. Hemos visto la lamentable escena de quienes compran compulsivamente para asegurar su bienestar personal y el de su familia, o bien de quienes compran productos de primera necesidad en la crisis para ser revendidos a un mayor precio. Esto será legal pero no es ético. Se trata de ser responsables sin ser alarmistas, y de recuperar el sentido ético en medio de la crisis, éste será el primer paso para recuperar la conciencia del bien común como valor esencial para nuestra sociedad. 
En definitiva, nos hemos demorado en reconocer que esto del coronavirus es más serio de lo que pensábamos. Y todavía hay muchos que aún no le toman el peso a las medidas. Este tiempo requiere un nuevo modo de relacionarnos, de aprender y también de creer. Y hoy se nos pide desde nuestra fe acoger con seriedad, todas las indicaciones médicas, para que los desastrosos efectos de este virus, lleguen a ser de verdad el inicio de algo nuevo. El coronavirus, con todo el dramatismo, dolor e incertidumbre que trae consigo, puede ser el inicio de un camino que nos haga más humanos, más capaces de discernir donde está lo realmente importante, ayudándonos a descubrir el verdadero sentido de nuestra libertad y de nuestra fe en el Dios de los vulnerables.

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